martes, 4 de diciembre de 2012

Consagrado para morir


Por Daniel Greiff 

Acepté grabar un día en la vida de aquel sujeto, ante la promesa de una jugosa paga. Él acababa de recibir una herencia y había obtenido equipos sofisticados de última generación, desde el portátil hasta las cámaras, incomparables con mi vieja y lenta computadora. Le pregunté:

—¿Por qué me contrata si usted mismo puede grabarse?
—Porque no sé usar estos equipos. Si no le interesa, tranquilo, puedo conseguir a otro que haga más y hable menos —me respondió y sacó unos billetes que depositó en el escritorio. Me senté detrás del trípode. El hombre, con extrema impaciencia, gritó:
—¡¿Qué está esperando?! ¡¿Necesita una mayor motivación o qué?!
Botó al suelo otro rollo de billetes.
—¡Conecte esos aparatos al ordenador, no me haga perder mi tiempo!  
Hice lo que me indicó. Entre sus gritos e insultos, entendí que era una grabación en vivo por internet y aún no sabía cuál era la necesidad de hacerlo. Todo estaba dispuesto para comenzar, le consulté para salir de las dudas
—¿Por dónde quiere empezar?
—Por mi muerte.
Atónito, le pregunté el motivo.
—¡Eso no le incumbe! —me respondió, furioso.
Me levanté con deseos de pelear, sin embargo, había sacado otro par de billetes. En ese instante pensé: las deudas no se pagan solas. Debo muchos préstamos y el arriendo no da espera. No habrá otra oportunidad como esta, hasta será broma lo de la muerte. Me reí solo y le pregunté:
—Es una  broma, ¿cierto?
El chiste terminó cuando de la nada sacó un revolver. Regresé a mi asiento y prendí la cámara. Él recobró la compostura y arrojándome la plata a la cara confesó que una negligencia médica lo había infectado de sida. No le quedaba mucho tiempo, así que decidió dejar una evidencia de su miserable  e injusta vida, exponiendo con comentarios sarcásticos e indirectas la falsa moral de su familia, de supuesta santidad y extrema cercanía a Dios. Durante años lo acusaron por crímenes que ni el comprendía, por no compartir sus creencias, en todo caso contradictorias, ante las que debía guardar silencio.
En ese tiempo fue testigo de relaciones incestuosas, chantajes y brujería; sin embargo los integrantes de la iglesia a donde iba creían en su buen ejemplo. Su objetivo era revelar a los contactos de su página web, que hacían parte de esa comunidad, todas las injusticias que habían cometido y dejarles la responsabilidad de lo que le pasara a sus familiares. Para él no tenía importancia si moría por el sida o se suicidaba. No quería esperar más, así que daría una “pequeña ayuda a la muerte, a la cual se había consagrado”. No pude convencerlo de lo contrario, no era tan devoto a la espiritualidad, sin embargo, no deseaba que terminara así, pero cada vez que le hablaba, se enojaba y su determinación por matarse se incrementaba. Para entonces yo solo representaba la pelota antiestrés con la que podía desquitarse de toda su frustración.
Ya estaba agitado, pero perdí el control cuando empezaron a sonar unos coros gregorianos. ¿Qué pretendía hacer? ¿Estaba planeando su último día como un espectáculo? ¿O era una liturgia para irse al más allá? Intenté taparme los oídos, pero ya era tarde, esa escalofriante tonada resonaba en lo más profundo de mi cuerpo, mis manos sudaban y temblaban al mismo tiempo. “¡Basta!”, grité en varias ocasiones, mientras él me miraba con una sonrisa demente, disfrutando mi agonía. Debía elegir entre el dinero y la vida de ese hombre. Al final la necesidad me venció y me quedé inmóvil, sin hacer nada. Con una expresión tranquila, liberado de la carga, me dio las gracias y apretó el gatillo. Apagué la cámara. Unas cuantas gotas habían salpicado mi camisa.
Los vecinos habían llamado a la policía. Guardé la cámara, tomé el dinero y me fui. Por mi salud mental, no quise averiguar más sobre lo sucedido. Tuve mucha suerte de no salir en la grabación, además el registro de mi voz era irreconocible. Sin embargo, no podía perdonarme por lo que pasó e intente acercarme a Dios para consolar el sufrimiento de mi alma. Desde el incidente siempre me he preguntado: ¿Qué podría haber hecho? Se había consagrado para morir.


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